El paseo de nuestras vidas (o al menos hasta el momento), inició unos meses antes, con la logística de reservaciones y el alquiler del RV, el cual tuvimos que recoger el día antes de la salida oficial. Ya con todo dentro del carro (incluso las 10 personas que íbamos), emprendimos el viaje tomando la PCH (Pacific Coast Highway), que, como indica su nombre, es la carretera que te lleva por la costa californiana, con el Océano Pacífico a tu lado.
De camino, hay ciertas paradas importantes por hacer, así como pueblitos bonitos por visitar, como fue el caso de Guadalupe, Pismo Beach, San Luis Obispo (a visitar Cal Poly), Lompoc (necesaria la parada para comer), Morro Bay (indispensable esta parada, incluidos un clam chowder servido en sourdough y una visita a las nutrias y las focas), Piedras Blancas (visita a los elefantes marinos), paradita a algún puesto al lado del camino a comprar miel casera) y, finalmente, nuestro primer destino, Big Sur. Llegando, el Capitán Cuco se detuvo para que observáramos esta hermosísima vista del mar y estos impresionantes acantilados, y tuvimos la suerte de ver unas ballenas a lo lejos - un grupo grande de ellas tirando agua hacia arriba, mientras se dirigen al Norte en su famosa migración.
Después de muchas horas de camino, por fin llegamos a nuestro campamento, en el parque nacional Los Padres, donde montamos el RV y la tienda de campaña, preparamos la leña, pusimos el mantel en la mesa y nos fuimos a ver un precioso atardecer a la playa. El sol en su máximo esplendor, tornándose dorado entre las nubes, reflejado infinitamente en el mar. De vuelta a nuestro campamento, vimos un gran búho café posarse en un árbol cerca de nuestro camino. Definitivamente empezamos esta aventura de la mejor manera, rodeados de hermosa naturaleza que nos regalaba, poco a poco, detalles como estos. Luego de una cena de hamburguesas y vino a la luz de las lámparas de gas y una sobremesa de juego de backgamon, nos fuimos a dormir en nuestra cama/casa/carro, nuestro hogar-dulce-hogar de aquí a una semana.
El día en Big Sur varió entre opciones de caminar en la montaña, ir a la playa a caminar y ver la vista desde arriba de los acantilados. Con el frío marino calándose en nuestros cuerpos, descubrimos vistas variadas, playas arenosas o pedrosas, cuevas escondidas a lo largo de las rocas y resoplidos de ballenas a lo lejos.
Los primeros días oficiales en Yosemite los pasamos en una zona a la orilla del parque, llamado Hodgdon Meadows, donde teníamos un bosque infinito de pinos detrás y el Tuolumne Grove of Giant Sequoias a pocas millas. Luego de unas cuantas bellísimas perdidas (gracias a la pobre señalización y la pobrísima explicación de parte de los guarda parques), y una derretida olímpica por el calor veraniego que nos pegaba, llegamos finalmente a ver estos famosos gigantes. A pesar del cansancio, no pudimos evitar silenciar nuestras quejas y nuestras risas para poder admirar la vista. De vuelta al campamento, paramos en una de las quebradas que hay de camino para así refrescarnos, sin embargo, no fuimos lo suficientemente valientes como para bañarnos en estas aguas heladas.
Llegamos al Yosemite Valley unos días luego, alrededor de medio día, en medio de una gran sorpresa y asombro al vernos rodeados por estas rocas inmensas a cada lado, imposibles de ver completas, incluso por la gran ventana delantera de nuestro enorme RV. Como primero hay que suplir necesidades, antes de llegar a nuestro campground, fuimos a recargar agua y aprovechamos almorzando un rápido PB&J con la hermosa vista del Half Dome y el río que pasaba cerca. De ahí, recargados con snacks y agua, nos fuimos a dar la vuelta por Mirror Lake, anonadados por la vista. Nos tiramos al lado del río, con el agua a la izquierda, el pastizal a la derecha y montañas de piedras a todo lado. Luego de unas zambullidas en el agua helada del río (viene directo de la Sierra Nevada, ¡como no va a estar helada!) y un momento para calentarnos al sol, volvimos a nuestro hermoso campground (esta vez estamos en North Pines), con vista casi que privada al río que pasa cerca, que es además un paso de lindos venados, nuestro enrome RV bloqueándonos de los demás campamentos, con piedras gigantes visibles entre los enormes árboles moviéndose al viento encima nuestro, donde tenemos que ser extra cuidados de los osos y las ardillas roba comidas.
Iniciamos el siguiente día con un intento (fallido, obvio) de madrugar para salir bien tempranito a caminar - planeamos subir a Glacier Point por la ruta llamada 4 Mile Trail (que en realidad es de 4,8 millas). Este difícil camino sube desde el Valle hasta el pico de una de las montañas pedrosas que lo rodean, haciendo zig zags de caminos de piedra entre los árboles y la vista incansable de los gigantes de piedra. Cada vez, el Valle se veía más y más pequeño, y nuestro nivel de energía iba decayendo, pero sabíamos que había premio al final. (Recomiendo iniciar lo más temprano posible la ruta, uno no quiere subir esa intensa ruta teniendo el sol en la frente.) Finalmente en la cima, lo primero que vimos fue el feliz saludo de nuestras madres (que habían subido en un bus - hay opción de solo subida o de ida y vuelta, para aquellos que no deseen caminar) y un snack bar (la primera muestra de consumismo en muchos días). Luego de recargar nuestras aguas, comprarnos un pretzel calientito y bien salado y unos frescos bien fríos, nos dirigimos a comernos nuestro almuercito con la mejor vista del lugar: el Half Dome visto totalmente de perfil, con las montañas rodeándolo y el valle, lleno de pinos verdes, cafecitos y rojos (afectados por las sequías californianas).
Parte importante del hacer senderismo en montaña es esta recompensa en la cima - ver todo lo que mis piecitos, meramente humanos, lograron caminar para traerme aquí, lo imponente de las montañas frente a los ojos, todo lo que la vista alcanza a ver. Es el sentirse invencible y capaz de conquistar el mundo, pero al mismo tiempo inmensamente pequeño ante la magnificencia de las gigantes montañas.
En vez de bajar por la ruta por la que habíamos subido, elegimos, de acuerdo a muchas recomendaciones que nos dieron, bajar por una ruta básicamente el doble de larga, pero menos difícil (supuestamente) y mucho más linda, The Panorama Trail, es decir, la ruta panorámica - perfecta para deleitarse la vista. Alejándonos de donde veníamos, fuimos rodeando la montaña, cambiando la perspectiva del Half Dome, hasta que quedara por completo escondido, opacado por el imponente Liberty Cap. Entre pinos, praderas, montañas y cataratas, fuimos bajando, variando entre senderos de tierra y piedra, con gradas intensas, subidas y bajadas, sin dejar de tener una maravillosa vista. Tomamos la decisión de tomar el Mist Trail, desviándonos para ver Nevada Falls (paraíso natural), que luego nos dimos cuenta que resultaba un poco más dificultosa. El premio, por lo menos, fue caminar al lado de dos hermosas cataratas, incluso mojándonos con su agua (he ahí la razón del nombre). Fue impresionante, porque solo unas horas antes, habíamos visto caer estas aguas que ahora nos tocaban desde el otro lado de la montaña. Una experiencia religiosa (para aquellos cuya religión es la montaña, como yo), agotadora, retadora y simplemente maravillosa, que terminó con una bellísima caminata a la luz de la media luna perfectamente colocada en el cielo azul que se fue oscureciendo poco a poco hasta quedar bañado de estrellas. (Lección del día: lleven foco y suéter, ¡sin importar cuánto piensen que van a durar en su caminata!)
Estando tirada en la arena, al lado del Merced River, bajo la sombra de los enormes árboles cuyas hojas bailan en el sol con el ritmo del viento, me pongo a pensar en el paraíso donde me encuentro. Rodeada de estas montañas de piedra gigantescas, me cae lo importante de este momento, de este lugar tan mágico en el que estoy. Este valle, con esta comunidad, dentro de este parque nacional, con años y años de trascendencia. Estas montañas, icónicas e imponentes. Estos vientos que me mueven el pelo y me renuevan mi espíritu de energía, sanándome mis heridas del alma. Estoy aquí, rodeada de la magia que nos comparten los espíritus de la montaña y rodeada del amor de mi familia. Estoy aquí, en Yosemite.
Cuando uno está acampando, tiende a olvidarse un poco del resto del mundo - empieza a creer que lo normal es andar en fachas, sin bañar, teniendo problemas básicos de limpieza, comida, vestuario y alojamiento. Aquí en Yosemite no había sido la excepción. A través de los diversos campgrounds se podían ver los problemas de todos los campistas y era muy fácil identificarse con ellos; sí, a mí también me ha costado encontrar buena leña; sí, yo también quiero lavarme bien los pies; sí, yo también estoy repitiendo ropa; sí, yo tampoco me he lavado el pelo en días. Pero descubrimos recientemente que en los Villages (Yosemite Village y Half Dome Village) se vive diferente - hay dónde bañarse, hay civilización, la gente huele bien, hay tiendas y comida fresca y... suave, ¿qué? Fue un poco impactante ver toda esta vida sucediendo allí tan cerca de donde hemos estado viviendo tan metidos en medio de la montaña. Es una linda comunidad, hay cosas interesantes por hacer, pero sigue siendo muy extraño el sentimiento. Supongo que de verdad depende de las intenciones de cada quien - qué tipo de paseos te gustan más, qué tanto presupuesto tenés y qué es lo que querés experimentar.
Luego, por última vez en una semana, empacamos la casa entera, guardamos todo en las gavetas que se bloquean, cerramos los compartimentos laterales que se abren, guardamos las valijas abajo. Con el sudor aún fresco en la frente, El Capitán a la derecha y con muchos kilómetros por recorrer, salimos de vuelta a Los Ángeles teniendo como soundtrack todas las cosas moviéndose en las gavetas con cada vuelta que dábamos.